Una función social de la fotografía de identificación es mostrar nuestros rasgos físicos que nos hacen diferente a los otros, darnos identidad y pertenencia como sujetos de una comunidad. Imágenes que acompañan a documentos oficiales y que sustentan nuestro actuar en esta sociedad, además de que dan un valor a nuestra vida pública, sin ellas no podríamos recibir pagos o cruzar fronteras.
Son necesarias en nuestra vida cotidiana y actual, sin estás imágenes no existimos en la sociedad y ante el Estado: mirada frente a la cámara, fondo blanco y frente descubierta y sin ninguna expresión facial.
En el caso de los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapan, esas fotografías de identificación son las únicas que hay sobre sus hijos, sin duda son las única referencia visual que se tiene de estos estudiantes.
Los testimonios de familiares de víctimas de desaparición sirven como punto de partida de mi proyecto fotográfico para evidenciar la fragilidad del documento e identidad. En algunos casos, recupero fotografías de desecho en estudios fotográficos para después verter cloro sobre el rostro. Este químico hará desaparecer la emulsión. De manera paralela, también fotografío amigos y conocidos del sexo masculino con los mismos códigos visuales de las fotografías de identificación: fondo neutro y mirada frente a la cámara, para tal fin utilizo una cámara de formato medio y película blanco y negro. Las imágenes son reveladas e impresas en negativo completo con su marco negro, enfatizando sobre el uso del negativo completo.
Por último recorto parte del cuerpo y su cara de las fotografías para volverlas a unir con la guía del marco negro, con el fin de evidenciar la desaparición y para generar nuevas imágenes. El resultado son cuerpos extraños y amorfos. Borrar o cortar el rostro en sentido literal es convertir a esas personas que en algún momento tuvieron una identidad en seres extraños, grotescos y excluidos.